lunes, junio 02, 2003

No te quiero escuchar...

Pagar el precio por neófito y cuadras y cuadras obscuras. Cuadras quu misteriosamente sólo están iluminadas en una acera, como invitandote sólo a un lado, calles duales e incómodas que yo sufría buscando entre el planisferio de la ciudad de méxico. Salgo de la vénula y encuentro una arteria, al fin, insoledad y bullicio (cómo suenan diferente cuando las buscas) y me adhiero a la "Rue de l´Axis Centrique" (el eje central, pues) y arreciamos a un norte que se veía perpetuo y elongado. Me encontré entonces, tras un muy olvidable semáforo otro muy olvidable monumento amorfo (que se veía un tanto como casa barroca, tumba de judío millonario o simplemente un aljibe elegante) estaba el monolito solemne. Cada ventana tenía, por lo pronto, menos luz que la anterior, un cuidado gradiente que no acababa difuminado, acababa extrañamente en un cercano inicio parecido a la primera ventana: hay hoteles que gritan historias de amor , de locura y de muerte. Rodeaba yo las calles traseras al monolito solemne cuando un policía con seria metralleta me observaba fijo, como si traer placas de Jalisco fuera sinónimo de hurtazgo o alevosía premeditada, decidí acelerar y alejarme de su plomo y ese dedo tan juguetón que le veía en el gatillo, el cual sobaba y le sobaba(parecía no sobrarle), apuesto a que es eyaculador precoz: los amantes del "foreplay" suelen ser eyaculadores precoces (y procaces).

Iba por una desas calles libertadoras y encontré una zona estacionable frente a un museo todavía abierto (curioso, siempre deseé museos nocturnales y a´si romper todo con mi ceguera como excusa), así campante aplaco motores y entonces la mirada, las miradas, y es la multiplicidad lo que angustia y me escamo, me acorazo y me hacen sentir intruso. En todas las ventanas asoman los vecinos para ablandar al osado invasor y hacerle sentir
al extraño enemigo
que profana con sus Pan-am su suelo,
me siento paria, huída y al centro.
Y un sustazo, cada piso, me dió.

Un mal vire y doy con una agradable alameda que da a las espaldas del monolito inocente y los moradores aledaños me aceptan sin chistar. Cada cuadra, un mundo.

Me planto en la entrada como buscando a alguien, así uno se desengaña y acepta que va solo y los demás lo tragan, lo creen desamparado. Lástima que es tan temprano que nadie repara en mi acto, decido hacerme menos pendejo y cotorrear a los del valet parking. Que tras tres minutos de alcoholocución pintan un dedo que redondea mi estupidez al señalarme un estacionamiento 24 horas. Me frustro y ello me lleva a buscar la codiciada entrada al monolito, Treinta Bolas y te ganas materia prima para la origamia (pero eso sí, tu pavorreal bien cultural) y un sello ilegible en la mano. Y aquí cambia la noche en otra, la mujer defeña es escasa (en muchos sentidos temo decirlo) y parca, la que no, escandalosa y barrullera, pero son las primeras las que hacen tan perfectamente deseable que te sonrían, las muy Malditas lo saben y nos dosifican el diente como si fuera una droga sutil. Entraba a un amable retorno el cual, sin saberlo ella (que las dosifiquen no significa que todas tengan intención, cabe aclarar) , disparó como quien te toca el hombro para advertirte de un olvido. El interior del monolito parecía ad hoc, la techumbre roja era tan lucidora como estimulante y llamaba a pedirle que te dorara un rato. Me senté en unas escaleras, robé inmediatamente un cenicero de columna y encendí el primero que siempre es el caro (porque hay que comprar la cajetilla). Todavía estaba desolado así que con calma saqué mi Imposible y me propuse armarlo ahora del Quince al Uno, con un sabroso Downtempo de trasfondo logré en tiempo récord sacar el clásico (1 a 15 en orden) el inverso (15 al uno) y los verticales, fué en la espiral que me trabé; simplemente sentía que la dificultad se incrementaba y me dejaba atrás muy atrás como alegoría de mi posición en la sala: me descubrí entonces rodeado y absolutamente complejo. Incapaz de decir nada, de ser sobrellevado por la multitud (soy demasiado simple como para ser complejo) fuí a por una chela y entonces de nuevo la fugacidad blanca y una sonrisa que transmutó y se sentía más honesta que mi malogrado dinero de contrarecibo. Sabía entonces que no eran ellas en sí las que me seguían: era un acto, una sonrisa, una mueca mediana que migraba y migraba buscándome los ojos, y yo refutaba y refutaba.

Me zafé entonces del trance fugaz y pedí Victoria como un ligero e irónico mensaje anímico. Saqué otro cigarro, saqué mi Imposible (mejor juego no me queda) y decidí entonces olvidar la mueca y el gesto magro (era una chela, por Dios, no Dios en una chela). Caminé y me quise esconder entre dos voces que comentaban cosas tan insípidas como el tercer cigarro y de pronto en línea, en una misma impronta ví a la mueca que ahora estaba en los ojos de otra y era gesto y era mayor y grave. Sostenerla imposible, no se le veía saciedad pronta y tal inquisición me hizo huir entre las bocinas (un kitsch and run) y me pierdo en las escaleras que hacían las veces de nariz del monolito, caí en cuenta entonces que estaba todavía en la entrada esa primera manifiesta y paniqueo peor. Suenan tres acordes y una voz de recalcitrante tono chilango que invita al concierto y asumo la tregua, al fin. Pero era noche de ilusos y me la trago con todo y kaput, porque se sienta al lado una hermosura que lanza una mirada intermitente, rayando en lo obsceno y lo conspicuo. pero suena el Surf y me siento Venture, Beach boy y Dick Dale (Joda: el Dale Vergas) juntos y no amedrento sosteniéndome ahí. La banda en vivo hace entonces una curiosa coreografía no menos que cardinal, sin más adorno que sus guitarras hacen las de intermedio entre sus rolas y se avientan invenciones dignas de Adal en un partido Cruz azul-América. Las réplicas son a nivel y mejor que se pongan a tocar, que bien lo hacen los malditos.

La pandora del pandero me llevó quedito a los Archies y me gustó su instrumento, me quedé fijo en su performance y creo que el gesto se mudó a mi cara porque ella se inquietó un poco ante mi insistencia y yo extásico porque era la primera vez que veía a una mujer tocar tan bien la guitarra y en vivo. Primera emoción que me viene a la mente y acabando el concierto que me acerco, entonces lo obvio puede más que lo iluso y jala con un vato de la banda. Era pedir demasiado a la causalidad, lo acepto y me conformo con sentarme cerca de ella y sacar de nuevo mi imposible y después regresar a por una chela, ésta vez bien preparado y me camuflo de indiferencia: me tiro a la barra y pido cualquier cerveza, intenta aplicar el gesto que ya se quitó el disfraz de mueca y lo engullo, quitándomelo de encima tan pronto doy el primer trago y me siento feliz de mi Victoria sobre la sonrisa.

Que viene el cisma y yo a media chela intentando de nuevo esa pinche espiral y para entonces el hombro que hormiguea y respondo por acto reflejo y paf los ojos, "no se vale", me digo y me dice que quiere luz y yo que de pendejo le doy el cigarro completo, lo más cercano a una entrega de ese trofeo íntimo y me robó eso único que me quedaba, sabía que me tenía dominado y me iba a hacer sufrir y cantar. Se quedó ahí esperando y jactándose de su suculenta movida, los ojos alegres y evasivos que no quieren ver al derrotado, acaba siendo lástima y despecho y el gesto desaparece, los ojos se marchitan y ella se va. Suena ahora Pistachón Zig-Zag como himno a la piteridad de mi noche. Cuando le gane al pinche gesto, conoceré a alguna buena mujer, se los juro.

Y es que Ví Reinas donde Virreyes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermano, me encanta tu blog.