Antropométrica
¡Que monserga!- Pensaba Mardú mientras espiaba una pierna insistente que paralela y sistemáticamente rozaba la de una mujer lechosa y redonda. Porque si son las piernas, Mardú las evita a toda costa, vamos, le parecen impredecibles y fortuitas. La molestia viene, supongo, de que cómo algo tan resuelto a la indecisión llevara una batuta direccional. Los bípedos tendrían que ser estibas inútiles sobre columnas insulsas y quisquillosas. Tanto repudiaba Mardú el uso de las piernas que un buen día decidió ignorarlas. Estaba entonces Mardú ignorando que caminaba y aparentando en otro lado del movimiento que flotaba. Que surcaba un mar indivisible y fatalista, como contínuo que se mece gracias a las rodillas de los demás. Esto es un dato notable, a diferencia del resto, Mardú admiraba a sus rodillas, tanto que las besaba sin parar de pibita. Ahora Mardú se besa tres dedos y luego las frota con los mismos, una telequinesis de este lado del movmiento que le hace tolerable no levitar.
Rodillas besadas y pasos exiliados, Mardú natatoria observa a un joven que arrastra los pies. Le observa obviamente las rodillas y simula no verle las pantorrillas. Sigue fija el siseo de sus tenis hasta que obligado el joven levanta sus pies para acometer una escalera. Paf. Mardú levitante estudia por un momento el sitio donde paró el siseo, dibuja en su mente un humo incoloro pero definido que marca el lugar como un happening. El guardia, aterrado por la insistencia de Mardú, le presenta la atenta invitación falsa a subir. Mardú busca en su cara algo parecido al siseo pero encuentra un gruñido estridente, que llena la estación y rebosa y rebota hasta llegar de nuevo a los dientes del guardia que sonríe afablemente, saturado de solemnidad.
Encuentra Mardú gracioso el torso, desde que jugó (y domino) el futbolito lo considera la parte cenral de la vida. No cree en las viejas historias del corazón del alma y de la vida. Pero sonríe mucho cuando dos hombres chocan en un vagón y se lamentan girando los torsos. Todos giran a contrareloj cuando son las 3 y ella mira cómo los torsos oblícuos de las mujeres se logran en movimientos imposibles para evitar contactos. A Mardú le soprende que la espalda sea la superficie más prolija del cuerpo. Piensa en lo plano y en lo anónimo.
Mardú se extasía con los brazos. Le apetece la inconstancia y la promiscuidad de los mismos, su liviandad y su delicadeza, Tal vez sea la extension perfecta y paradójica. Mardú habla así, con los brazos, cuando quiere, y se toca los dedos como buscando un terreno perdido entre ellos. No puede escribir ni dibujar, pero le es fácil conjurar esos pequeños hechizos, esos con los cuales un día con un guiño del índice y otro poco del cordial, me arrastraron a la silla y decidirme por este escrito.
viernes, febrero 06, 2004
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