Escribano.
Él iba a levantar la voz cuando la niña de al lado empezó a gritar a todo pulmón un sobre-todo-es-mi-turno.
Escribió copiando el nombre de la pegatina de la solapa, jugó con el sustantivo poniéndolo al margen, luego sacándolo dle borde de la hoja, repitiéndolo al inverso, mientras pensaba en microsilogismos que podrían asemejar un pasivo borrón del significado. en la infancia está prohibido odiar sinceramente así que simplemente redujo sus humores aun punto bien remarcado en la esquina del cuaderno de raya. Se le achata el grafito e inmediatamente hace por el sacapuntas. En ceremonial período de inserción babea y se limpia con el delantal blanco que tiene la pegatina que espera nunca copiará a su cuaderno. Música de fricción. Cuántos lápices no deshizo en esa rasposa obsesión celulósica, la de mirar que la viruta, por donde se vea, tiene más volumen y menos definición, abanicos contínuos que frágiles tiemblan en su mano mientras la niña del lado izquierdo vuelve a sonorizar su cuadro de visión. Ya no hay estática. La mano quieta, limosneando quietud para poder reareglarse y contestarle a una voz anónima que cada día socava más su ánimo de ligar geografías. La niña del lado izquierdo guiña al brioso niño del lado derecho, urdanza y chapuza. Ambos soplan para despedir alegremente a las virutas que en un flash de ignición se dispersan por el panorama irregular de las nucas. El se levanta, contesta correctamente, simula la pis y se sale en prisa. En la bolsa trasera izquierda un lápiz, en la derecha una navaja pequeña que a cada paso crece y brila en la imagen, en su mente...
lunes, marzo 08, 2004
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