miércoles, abril 11, 2007

If - Else

Pánfilo entró al juego con esa visita accidental al cibercafé de la esquina. Ahí estaba Ana, atendiendo como siempre a la muchedumbre. Los días en el café estaban ocupados por la prisa que tenian los jóvenes de sentirse tranquilos. Y, en esa histérica búsqueda por la tranquilidad, llegaban siempre al cybercafé de Ana, a desengarzarse del día.

Ana pocas veces quitaba los ojos del monitor, incluso atendía y distribuía los cobros desde su computadora. Evitaba incluso la mirada del cliente, siempre con una palabra a medias y que nunca distendía, tanto que los cliente usuales ni siquiera intentaban ya platicar con ella. Ana, desde que abría, no se despegaba del monitor, teclaba furiosamente, como forjando algo tan álgido y escurridizo que de no escribirlo podría escapar. Las teclas resonaban tan fuerte, que uno sospecharía que quien recibiera tales impactos al otro lado de la pantalla sufriría un ataque de estrabismo. Imposible saber qué escribía Ana, su monitor, siempre en el grado de contraste más bajo, lo impedía, acaso su pantalla mancha gris que esconde palabras negras y palabras blancas. Además, Ana, cada día más incluída en la red, no solo desatendía ahora cualquier diálogo, cada vez que alguien, por necesidad, intentaba hablarle, tecleaba con mayor frenesí, simulando con las tantas percusiones del teclado una imperturbable esfera. Ana, intentando que el teclado lograra desviarla o digerirla antes de pasar por acá, para con nosotros.

Pánfilo era maestro de de Informática en la preparatoria frente al Café. Joven e interesado desde pequeño en ordenar las acciones y los procesos (orden de sus juguetes, clasificación de sus libros, listas de súper, agendas extracurriculares, horarios vespertinos). Sabía que, cuando encendió su primera computadora, estaría siempre cerca de ellas: respuestas directas, órdenes ejecutadas al pié de la letra y ¿qué podría ser mejor que programarlas? Poseer y ser amo de esa esclavitud neutra y abstracta, realizar secuencias de procesos lineales y su obediencia contundente y sin demora todavía extasía a Pánfilo.

Pánfilo tuvo, como siempre, 15 minutos de la tarde asignados para enviar el archivo de una tarea a sus alumnos, por un error ("Habrá que debuggearme", pensó en corto) lo olvidó, así que entró a compensar tal desviacion al cibercafé y entonces enviarlo porque entonces la secuencia era Salir-Luces-Auto-Manejo-Casa-Cena-Xbox-Libro-de-Software-Bañarse-Dientes-Despertador-
Dormir y se rompió en el segundo eslabón y tendría que reordenar ("reprogramar", se dice a sí mismo, pero lo que dice es otra cosa), la cadena de sucesos ("procesos", se dice a sí mismo, pero lo que dice es otra cosa). Con monserga y cierta molestia, entró al cibercafé, por la mera presencia de Ana, esa noche brincó, inadvertidamente, su sesión de Xbox (al notarlo, se dice: "otra reingeniería" eso es lo que se dice a sí, pero no a los otros).

Desde entonces, Pánfilo está subyugado a encontrar excusas para desviarse de su agenda diara ("proceso circadiano" se dice sí mismo, pero no a los otros). Tiene que buscar respuestas absurdas ("ifs innecesarios" se dice a sí mismo), o incluso omitir pequeños actos suyos cotidianos cambiándolos completamente de orden ("últimamente incluyo muchos else", se dice a sí mismo). Todo cambio con el fin de ir al cybercafé y ver a Ana. Él, aunque tímido por necesidad, ha intentado varias veces desviar a Ana del monitor con alguna pregunta con el suficiente grado técnico para que, tal vez, le llame la atención. Siempre, siempre recibe un quedo murmullo, recogido, pálido y desencantado. Cuando más, mendiga una mueca dirigida al monitor que dice "qué-se-le-va-a-hacer". Pánfilo, necesitado de ella, busca con torpeza los reflejos del rostro de Ana en el monitor, sólo así, la conoce oblícua.

Ana lee, mucho, alterna libros de Alex Garland con Agatha Cristie con libros de laberintos y de juegos de lógica, en cierto momento leyó libros de problemas de ajedrez. Hace un mes, Pánfilo , atento, vió entre sus lecturas un libro de HTML, emocionado y agitado, le preguntó:

- Te interesa hacer páginas Web, eh?.
- No, no las de otros.
- ¿Te gusta el código?¿Programar?
- No, me gustaría perderme entre esas líneas, sólo éso.
- ¿Perderse entre el código?
- M-jm.
- ¡Seguro que alguien te encontraría! Soy profesor de informática y sé HTML - añade-, soy bueno.

Pasa entonces que Ana se desvía del monitor. Lo observa con quietud y parsimonia, casi con debilidad. Sonríe vagamente antes de regresar al reflejo de la pantalla falsa. Se encoge de hombros. Y teclea de nuevo, lento.

Pánfilo ha dejado el ansia para entrometerse de lleno en la obsesión. Ahora, ensimismado y tocado por Ana, visita diariamente el cybercafé dos o tres veces al día. El libro sigue ahí, Ana parece absorta en él. "¿Por qué no me pide que le enseñe?" - se pregunta mientras revisa su correo incesantemente. Ana se ha embebido en la pantalla, ahora más que nunca su aislamiento se agudiza y se desprende absolutamente de los diálogos que, ahora, han sido suplantados por gestos diminutos y lejanos de cualquier posible significación. Ana teclea y tabula con frenesí y con saña, golpea el teclado hasta dejar sus dedos púrpuras con hematomas. Acecha, ausculta y hostiga al monitor como si existiese algo-a-través-de-él. Su salud empieza a decaer, tose con mayor frecuencia. Si alguna vez fué linda, casi bonita, ahora está hecha una fritura: rala y esbelta. Sus ojos a veces caen del monitor al teclado, respira profundo, tose, y continúa tecleando, a veces cierra los ojos y continúa su frenética mecanografía. A veces, para, observa, girando la pantalla del monitor, el reflejo de la realidad, se concentra, y sigue escribiendo con un pasmoso fervor. Pánfilo, deshecho al ver cómo decae Ana, se ofrece a ayudarla: recibe un grito desgarrado y vacío, que lo empuja al rincón más desesperado. Ana simplemente, un día más de lo que ahora todos dudan que regresaría, no abre el cibercafé: Ana muere por inanición.

Pánfilo, desecho, hace lo que nunca este día: no enciende una sola computadora. Pide el día, regresa a casa y de camino compra un libro de laberintos, idéntico al de Ana. Resuelve con facilidad los lineales pero los que se bifurcan contínuamente lo desaniman y lo deja a medio resolver. La busca de algo empieza cuando compra cuanto libro recuerda que haya visto el el cyber. , Saturado, siquiera entonces puede recordar a Ana fuera del monitor. Se culpa, a fin de cuentas, todos eran indistitnos testigos de su muerte al ralentí.

Al día siguiente, atrasado en su agenda, Pánfilo la detiene por completo al notar ha recibido un e-mail: es de Ana. De nueva ocasión, hace lo impensable: cancela su día, miente al director ("al sistema operativo" ,dice dentro de él) y decide renunciar lo más pronto posible. Pasea el puntero del ratón encima de la liga que lo llevará hacia ese testamento de Ana que tiene como escueto tema: "Hola". Pasmado, juega un rato buscaminas, teniendo al fondo su pantalla de correo. Al fin, cansado de evitarse, lo abre: no hay texto. Por lo menos no texto como el que uno lee: hay un código, una liga.

Lo que dejó es una liga.

Al seguir la liga Pánfilo se encuentra con la primera página de el más íntimo de los diarios de Ana. Se describe un día normal, un día en el cybercafé, cuando entró un maestro de informática que tal vez le ha gustado, que la ha hecho mejor el quedarse ahí desde que se labora en el lugar. Un diario perdido entre referencias a los movimientos de ése profesor, de sus blando intentos de hablar con ella pero por-este-lado, un diario de sus impotencias, lamentos, rebufos y tics nerviosos ante la imposibilidad de incomunicarse con ella, de buscarla acá. Una crónica de cómo ella está ahí del-lado-de-allá para llevar su inexistente historia al terreno de las posibilidades infinitas. Pánfilo se encuentra absorto leyendo esa primera página del diario cuando, de repente, se encuentra con ligas dentro del texto, cientos de ellas. Al hacer click en una, aparece otra versión de ese día ficticio donde élla y él por fin salen a tomar un café, esa segunda página, a su vez tiene otros cientos de opciones para continuarse. Al continuar hacia una tercera página, el artificio es más evidente: fornican. Ese día, como el código, se dice: "eso nunca existió".

Pánfilo sonríe emocionado el leerlo pero su gesto comienza a decaer cuando se da cuenta de lo fatal de la herencia de Ana: Una página con cientos, tal vez miles de ligas a futuros posibles, a desencuentros, a historias improbables y probables. Miles de desencantos ficticios, miles de designios, miles de todo-allá y miles de nunca-acá: miles de Anas reconstruídas entre las l´neas de las líneas. Ana logró fragmentarse y diluirse entre todos los juegos de las escena, todas eran Ana, ninguna era Ana. Regresa a la primera página, y se queda paralizado entre dos ligas "¿Será que en la siguiente página la encuentro?","¿Será que en la siguiente página me desecha?", se dice a sí mismo, pero ahora que quisiera no puede decírselo a los demás: no hay otro para escucharle.

Así, miedoso, empieza entonces el juego de saberla.

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