Hay que empezar entendiendo que la abstinencia lo pone a uno moralino. Como si resistir cualquier embate posible de la tentación parapetado desde una indisoluble premonición de desastre fuera equivalente a un voluntario ascetismo. No, existen vidas sin acción porque la inacción pesa más del otro lado, otras porque todo el ímpetu de la acción está abocado al salario, y existe la inacción que yo ejerzo: la que se gastó en el arbol de las posibilidades, desarrollando escenarios imperfectos. Erosionando sistemáticamente el futuro acaecible por su disparidad con el futuro imaginado. Soy el mejor imitador de lo-que-debería-ser. Amo del género de la explosión deductivista: Dame poca cosa, y terminará en gran caso.
Desbastar lo que podría ocurrirme a golpes de escenarios supuestos corroe por el lado de la voluntad y por el lado de la dicha. Y entonces atacar dos frentes puede doblarle a uno la salud y llevarlo a ingerir vastas cantidades de agua. El agua, aprendí, no diluye el ansia de continuar.
Hay que zurcirse el ánimo cada vez que se arriesga el volverse inoperante. Adiestrarse en el autoengaño porque el caldo-de-pollo-para-el-hambre cuesta y dinero. La inacción (de lo que uno quiere) corre paralela a la acción (de lo que uno necesita) y allá, lejos, uno espera que algún día coincidan.
lunes, agosto 18, 2008
Morale
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1 comentario:
hummm...
let's eat sushi.
this weekend =D
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