El artista rasgó una línea resentida y curva sobre el lienzo, que quizá delimitara la jaspeada dermis del amante, un horizonte imperfecto (como todos), un ojo pertrechado. Disminuido entre tanta posibilidad el artista aparenta una bifurcación con otro trazo inocuo que ahora invadía en sentido perpendicular el plano mancillado: ora la cruz débil y postrada que se dibuja desde el (ese sí eterno) silencio de Dios, una espiga que soporta sobre sí la amenaza de la vasta tundra, el arco perfecto de un puente inacabado. El artista, insatisfecho de cuantas nuevas asociaciones desespera esponjando la lona con un área azulosa y surge entonces la vista aérea de un estanque de difusos bordes atravesado por dos ramas, un inmemorial chal destejido a la espera de la danza de sus agujas, un boceto temprano y tierno de otra capilla de Miguel Ángel. Exasperado de lo lejano de su afán, el artista se enfunda en la ofuscación y ataca ya con débiles espatulazos, ya con estocadas de brocha gorda, ya rayones de uña agiselada y roma, ya oleosos plastones de ocultamiento falso, ya oprobiosos intentos de demarcación en grafito a la vibrosa membrana de algodón. Bajo cada contrapase, uno a uno caen los bastiones de la infinitud, cada escaramuza imposibilita a la obra de un ramal de significados distintos. La plástica sesga las inteligibilidades como si de una hecatombe colorida se tratase. El equilibrio se desdice: la obra se satura mientras el hombre se vacía. Al final del frenético intercambio, desparpajado y triunfal, se alza el artista. La cuadratura tasajeada y rota simula al caos: ha derrumbado todas las posibles interpretaciones, desterró la solución única. Detrás de él, una voz tímida le acusa: “¿Y eso qué? De ahí yo no entiendo nada”
El artista, la complicidad, la pátina detrás de la nada, y la sorna.
jueves, noviembre 13, 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Buenas. Mucho gusto.
Publicar un comentario