Ahora, siendo la figura rectangular el límite que encierra un acto humano, el mensaje subyacente de un encuadre sería que lo contenido es profundamente importante, relacionado hacia uno, propio de la especie. Surje entonces una curiosa propiedad común (¡inteligibilidad!) de varias de las creaciones artísticas humanas: casi todas están delimitadas por dicha figura. La Pintura, que explora materiales, perspectivas, patrones, armonías, trazos, geometrías, y ahora incluso texturas, rara vez se arriesga a fracturar la rigidez del lienzo rectangular. La literatura es otro caso similar, donde se pueden explorar figuras, universalidades, narradores, sintaxis, modulaciones crónicas, métrica, rima, y ahora hasta incluir diagramas, sufre de nuevo de una doble demarcación de la figura: párrafo y papel parecen subrayar la antinaturalidad, lo artificioso e intencional del texto. En los cómics ocurre el mismo caso, pero agudizado. Cada pánel se vuelve un elemento distintivo individual, una sub-obra, una frontera abrasiva-inmersiva, falsa fragmentación. La demarcación rectangular (pánel) dentro de la demarcación rectangular (hoja-pánel mayor) añadirán ahora un complejo lenguaje de capas, de obras interconectadas, relacionadas, circumflejas, tal vez elípticas. Obras pequeñas que se continúan en obras pequeñas. Esto puede suceder también entre párrafos, en la literatura. Destejiendo tantos llamados de intención humana ¿sorprende acaso el nivel de inmersión que pueden generar los textos-las viñetas? ¿No sería cada pánel, cada párrafo un nivel más profundo de un mensaje emergente? Sea tal vez la primera frontera rectangular, la hoja, esa primera llamada de atención, y de ahí al arraigo de lo subsecuentemente encuadrado.
He dejado para el final el ejemplo más obvio del rectángulo/cuadrado, como frontera significante del artificio humano: el cine. El cine en su soporte de proyección (la pantalla, la televisión decididamente rectangulares) ofrece esa primera inmersión a la intención humana del autor. No obstante, en la sala del cine la reducción es mucho más poderosa, puesto que cualquier otro referente es negado por la oscuridad o es desenfocado por la proximidad o desinterés: la pantalla del cine equivale ciertamente a la hoja de papel en el cómic o la literatura. Para agudizar el efecto, los cineastas además suelen utilizar encuadres dentro de la misma escena para resaltar un aspecto emocional de cierto personaje. Kieslowski usa este recurso múltiples veces, basta ver Rojo o La Doble Vida de Verónica con atención para que cualquier marco de puerta, ventana, espejo, tesela, se convierta en un medio de conexión con el alma del personaje.
Kieslowski, y muchos otros autores ejercen este principio un tanto inconscientemente, es lenguaje pactado, tal vez evidente y natural para el cineasta. Pero lo que no es común, parece ser, sea que un autor de cine reconoce el potencial de éste elemento y logra su explotación hasta inmiscuirnos completamente en su intención comunicativa. Lynne Ramsay lo demuestra en su gran película Ratcatcher. Crónica de un niño cuyo entorno crece en decaencia, acumula sólo detrimento, basura (literalmente), insultos, humillaciones, incluso muerte. No todo es depresión en su peli, muy por el contrario, su tesón vital es manifiesto cuando ocasionalmente se escapa a la promesa de una casa mejor para él y su familia, su particular paraíso. Este paraíso no es sino una casa a medio construir en medio de una pradera, donde además de desempeñar el papel metafórico, sirve como recurso visual para resaltar el paroxismo de su felicidad: en cuanto queda solo en esta casa vacía, ausente e inacabada de inmediato se resignifican los marcos de las puertas, las ventanas, los domos. Todo se vuelve rectángulo significante, a partir de aquí el papel de encuadre no surje de la cámara, sino de los elementos de la casa, cada vez que atraviesa un umbral, un dintel, penetramos en el personaje. De modo magistral, para resolverlo y salirnos simultáneamente de él y de la metáfora, nos presenta su nivel último de humanidad: su deseo y anhelo, su evasión, su paraíso. El niño observa por una ventana la hermosa pradera y, con lo que sólo puede llamarse intención del director, se sube a la ventana, sale de la casa y corre por ella, gozoso y retozón. Inserte aquí la apoteosis, el rectángulo nos ha vencido, no queda mas que rendirse y comprender/gozar sin reparos.

Seguramente, para los enterados del cine, dicho uso está más que analizado (aunque yo lo desconozco) y mi intención no es dar clases de semiótica del cine (parece mal chiste, viniendo de un Bioquímico). A lo que apelo es a reconocer el uso y existencia de este recurso en la realidad y volverla nada banal. A distinguirlo entre lo diverso. A crear inteligibiildad y gozo al comprender el mundo, a resignificarlo. Acaso vale la pena pensar si el marco, el rectángulo, tiene más influencia sobre nuestra percepción de la queramos reconocer, ¿por qué no entonces observar de nuevo la incertidumbre bajo la ventana, el cuaderno de notas, los lentes de cristal rectangular y reconocer la ubicuidad del rectángulo limítrofe como una invitación a descifrar, apercibir, conectar con lo que contiene? ¿Por qué no seria una persona tras un monitor otra cosa ademas de ser una persona tras un monitor?
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