domingo, enero 18, 2009

Testigo

Rara vez la tierra aquí deja de temblar. A veces oscila como si el vals del mundo se ejecutara sobre el lomo de una gargantúa ebria y cósmica. Entonces uno ve doble, y no atina nunca en los dardos, ni se puede dibujar sin que se estríe de horizonte el intento. Aunque los amantes, me han dicho, lo disfrutan. Otras tantas la tierra brinca de puro nervio y entonces soporte y mundo se despiden por un momento y nos dejan vagos y vacíos, flotando. Así, suspendido, uno puede extrañar: el piso (y su dolorosa promesa de retorno), los brazos que cuelgan, el sentido de las rodillas, la turgencia del cuello. La ducha es difícil, porque el agua se le escapa entre las manos hacia arriba, y no se acostumbra uno a empezar por los pies. Y lo disfrutan, me lo han dicho, los amantes.

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