domingo, diciembre 11, 2011

ἀποκάλυψις του ατόμου

Los votos, por mayoritarios, se habían saciado y entonces vaciado de intención. Las opciones revoloteaban en las cabezas de todos como una niebla de ruido blanco en la que cada voz se fundía para aumentar únicamente la intensidad. Habían pasado por la consensión multinivel y la revolución silente, de los páneles solilóquicos a las guerras meméticas, de γαῖα hasta ἀλαμπία. Todas las palabras y creaciones conectadas por un límpido algoritmo que con infinita e inútil paciencia buscaba, para todos, la trascendencia desde una granja de servidores. Las religiones se sucedieron hasta vaciarse y las ciencias se paralizaron al predecir la coherencia absoluta de un estado último único y, evidentemente, tan teórico como inevitable.

Primero fueron los nombres y otros adornos de la identidad los que se desvanecieron en el frenesí del intercambio y la repulsión mutua. Luego los títulos, los roles y jerarquías se disiparon en una persistente oleada de interacciones breves, accidentales. Pronto se perdieron las nociones de los otros inmediatos: la sociedad, la familia, la mascota, el otro; ahora meros eventos absurdos y discrónicos cuyo recuerdo se desprendía al instante de la transacción. Casi al final, se perdieron el tiempo, el número, la ausencia y el espacio. Tan mismo era este tiempo al anterior que se distinguía débilmente por el conteo de los eventos. Se perdió al fin esta dimensión cuando los eventos mismos se volvieron indistinguibles entre sí. Tanto confundió esto que la ausencia y la presencia se aniquilaron en un marasmo de homogeneidad relativista. Así, el último bastión conceptual, el ego, se confundió con lo otro.

Entonces ocurría todo, sucedía nada.

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