lunes, julio 28, 2003

Itinerante

Hommie reniega de los americanismos y se rehúsa a vivir una ironía, como todo hombre de principios (desos que siempre acaban pronto). Por eso renegó de su nombre original para ponerse: "Jom-ye", el cual obviamente hizo perder el sentido de su nombre. Tomó la idea de un diario e hizo una consulta ciudadana en el camellón de Chapultepec para rebautizarse gracias a la banda skato, que le consolaban diciéndole que el próximo tatuaje honraría el resultado de la consulta. Tres votos tres lograron que nuestro antihéroe tomara su característico mote de batalla.

Hommie se lanza por La Paz a comprar una nieve, aunque la verdad es que es adicto a ver dibujitos de Garrafas y se lamenta de su inminente desaparición y cuando puede manda a Koblenz, Rubbermaid y Samsung revolucionarias ideas de Garrafas que naveguen por Internet o calculen e ingresen automáticamente la cantidad de sal necesaria para evitar le deshielo. Proclama Hommie que en otra vida fué líder sindical de Medrano, pero que su puesto de casettes de Atari no le otorgó el músculo político necesario para mantener el cargo. Nunca engaña a nadie, Hommie nunca tuvo Atari, Nintendo ni mucho menos PlayStation, no fue hijo de Star Wars y considera a He-Man la primera insinuación Gay en una caricatura, Hommie se sabe la receta de los Hot Cakes del horno mágico de Kenner, conoce la filmografía de los Soler y guarda celoso una camionetita Tonka, de su infancia no se sabe nada más.

Hommie se adelanta a un carro y toca en la ventana: una apretujada señora en sus ropas de temporada le voltea la cara, ignorándole. Hommie adora que le volteen la cara y le escribe en la ventana con su crayola negra: "Vendo Nuca, nunca usada ni habitada, pite 3 veces para mayor información". En ese arranque artístico deja una cuadra de ventanas derechas con mensajes varios de acuerdo a su estatus ecnonómico ("pinches ricos"; "Éste es el nuevo formato de multas municipales, favor de dejar 20 pesos en el parabrisas", por ejemplo)

Hommie vive de Don Parca, una estacionómetro en la esquina de Chapultepec y Montenegro. Siempre dice que lo único que le hace falta para ser su madre es una teta, le da dinero, no le exige demasiado y las visitas son casi diarias y nunca obligadas.

Se ríe un poco al pensar que para caminar como viejito, basta atarse las agujetas entre los tenis: lo hace y con su vasito vacío de la nieve pasa enfrente de una iglesia donde unas señoras de edad, conmovidas le ceden un billete al vaso. El billete huele a nuez con Vainilla, corre con él a su vieja preparatoria donde presume a un grupo de dealers la muestra irrefutable del éxito que tiene (y les espera) en la vida.


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