sábado, noviembre 29, 2003

Boticario

Estaba jugueteando en la frontera del sueño, aquella cuyo nombre putativo es sopor lúcido. Y fue ahí donde encontré debajo del olvido una excusa para soñar. Le quité el polvo de encima y la acerqué a mis ojos. Era que escena monocormática y minúscula y no tenía buena edición, y de foco ni se hable. En fin, la escena no era brillante ni atrevida, mucho menos erótica ni excitante. Era, pues, una escena tibia y ocre, bien "vintage". Pero de eso a flotar en la frontera soporífera y ponerle nombre al éter, mejor se las explico:

Se acerca el superego a una tienda en una esquina, en una calle de solada y de soleada tibia, como la escena toda. Y así, como si nada, ya estoy leyendo su nombre: "La Cábala". Es una botica. La escena se vuelve muy simple y más ocre, o creyendo hacia el fondo no observo más que una ahogo café, y al frente, lo más ocre posible, está un mostrador seguido de un estante alto. Era un estante amenazador, desos inequilibrados y molestos desde la presencia. La sombra del estante no basta para ocultar las filas de botellas que se encuentran perfectamente ordenadas. Aquí es donde la escena es débil y se descuadra, ya que las botellas están alineadas en grupos de 7 que se escapan a la inmutabilidad de la escena. Cada una tiene un color infinitamente cercano, pero que se alcanza a escapar del bisilábico atributo. Yo quise en la escena ponerles nombre y eran Elíxir. No había nadie atendiendo y nadie ignorando, nadie pasaba a mis espaldas y ése que no pasó no te podría decir que al observar de reojo el ocre obscuro, esa materia constructora de la escena, ésta resplandecía ligeramente. Yo y el elíxir, y el súbito invitante del ocrelixir a beberlo. Pongo las manos en el mostrador y repiqueteo con los dedos una secuencia de aburrimiento, las percusiones del hastío. Apoyo un codo mientras los dedos asoman manchas color (adinive usted) ocre. La luz (o el antiocre) amaina cada vez que uno de mis dedos se hunde en la polvosa textura del mostrador. Mi codo empieza a hundirse entre esa almohada terregosa de la sensación inédita de un mostrador ocre que no permite que levante nunca más mis brazos. La luz muy tenue. Esos brazos ya son biadictos: Al mediocre, o al elíxir. Nunca supe cuál ganó.

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