Esgrima.
Hommie empezó a rondarla, a rodearla para dejarla sin los cabos de la cordura. Y es que desde hace un mes, cuando la vió, se le metió entre las cejas como un punto indeleznable. La tenía justo en medio de las retinas, y por más que se lavaba los ojos no podía eliminar como a un fantasma esquivo y voraz, voraz porque cada día se acrecentaba un poco su imagen o Hommie la veía más y divisaba menos lo que ocurría alrededor de ella. Ahora sí, entero, su mundo, dios y dueño era ella.
Fue en la esquina de montenegro cuando la vio mordiendo la esquina de una tarjeta de teléfono. Hommie codificó con ese secreto telegrama y leyó entre el tambor en sus dientes un "acércate" en morse y quiso preguntarle si podía quedarse con la tarjeta. Quería eliminar uno de los tantos interrogatorios obligados con los que uno se acaba insertando en el otro. Comer terreno y rozar su labio inferior con el canto esgrimido en la tarjetilla. Hommie es algo avorazado y esculca entre sus monedas por la que le ayude a esa permisión latente. Migrar al lado del halo y el hado de silencio que escupía esa queda repetición del labio en la tarjeta. A Hommie se le antojaba una saliva solvente, que estuviera deshaciendo la tarjeta y que al hablarle le permitiera ofrecerle esos dos pesos: El del olvido y el de lo incierto.
La televista constante pudo haberla hecho rehacerse a la camina o bine pudo haberla hecho acercase, todo esto mientras Hommie se veía juntando otra vez los regaños de Don Parca, que se encontraba a su lado, que lo tentaba a iridescerle el ánimo e imprimirle una capa de luz que montaría una falacia, como un barniz de luz, sobre ella. Esto acaba como una crónica inmunda de que Hommie nunca se le acerca, de que Hommie empieza al revés, empieza por el rechazo y termina con el anhelo, y aquellos que inversos nunca conversos querrían otra oportunidad, u otra señal o una historia. Porque absolutamentes todas las historias comunes se les han ido como esta.
sábado, noviembre 15, 2003
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