Dora estaba sentada en la jardinera, masticnado el pobre helado que compró con minutos contados de trajín dactilar en la caja del supermercado. Trazaba entonces una distinción, quitando lo ofuscado de las cosas para poder verlas plenas y no tan aparentes como se le aparecen al día, es decir, veía ahora lo ocurrido como una paridad, la paga justa de la equidad ciega que golpetea su sesera y le dice: "ahora, ahora"; y ella tartamuedando entre centavos y billetes, menudeando el intercambio de lo que no es suyo a lo que no es suyo, una verdadera mediadora.
Ahora que cae la tarde en la jardinera y ella dispone de su tiempo, puede reocrdar que algún día estuvo cerca de ahí, paseando junto a Eric. De Eric qería recordar o acariciar el recuerdo sin despertarlo, puesto que el mismo parecía estar atado, entre otras cosas, a los lacrimales. Eric no la había dañado, no era el daño lo que hacía que ella no recaitular a aEric estando en la jardinera, era el estar arribando al día con una nueva excusa para poder levantar la cara, para poder permitirse ser menos pasiva, más pasional. Dora no puede entender cómo el ajetreo no le otorga ni le apacigua sed de emplearse en algo, de como dicen sus múltiples amistades del súper, de progresar. Ella observa las monedas antes de devolverlas, cuidas los billetes antes de cerrar la caja, por supuesto, toma en serio su trabajo, nunca osaría despedir al cliente sin un abierto: "Gracias!".
Ahora ella está en la jardinera cercana al lugar cuando ella estaba cercana a Eric y ahora cercana al eveneto diario de la interpretación de él. Y se pregunta si todo se hace de esas aproximaciones aparentemente superfluas que transmutan en una unidad-del-recuerdo. Quisiera que éstas se apilran, y entonces, se udieran intercambiar por una conclusión, y ésta, por supuesto, fuera decisiva y contundente. Ella quiere saber dónde está Eric, ya no quiere hacer las veces de una menuda mediadiora.
domingo, octubre 17, 2004
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