domingo, abril 19, 2009
Ómnibus
Cuando concedió el último respiro se repitió en el aire un ligero crujido de lámina y un silencio inerciado. La enfermera tomó de entre sus manos el juguete de latón que el viejo no había soltado desde su ingreso al hospital. El ómnibus de latón era azul, con letras blancas y grandes en los costados donde se leía todavía con cierta dificultad el apellido del finado paciente: Goncalves. La última ruta de Goncalves, pensó la enfermera por un momento, tratando de verhacia dentro del juguete de volumen basto para introducir en él los dedos y jugar con el volante o las partes internas. Las puertas del omnibus, cerradas, parecían poseer bisagras y poderse abrir, sin embargo, alguien (seguramente el viejo) había forzado y roto ambos mecanismos para que éste quedara aislado, sin más ocupantes. Ocupaban también a la enfermera tales pensamientos cuando se dió cuenta de que en una de las bancas del ómnibus se aparecían letras débiles de colores. Al enfocar una lámpara hacia el interior del juguete, pudo leer sin dificultad algunas filas: Clara, se leía en una fila media del lado derecho, María, en la fila justo detrás. Pero, ¿quién y cómo habría podido alguien escribir algo en tan intrincado sitio? Con un poco de juego y presionando los postes traseros del techo del juguete, éste cedió y se abrió. Ahora se leía en cada fila y en cada banca un nombre distinto de mujer, hasta ahora se ha dado cuenta que los nombres en las dos bancas más traseras están escritos en pluma bic, con pulso nervioso y caligrafía perdediza, casi infantil. Donde se leen con puja de niñez: Silvia, Elena. En las siguientes bancas, hacia el frente del camión, la caligrafía se refina al grado de un exótico barroquismo, las tintas cambian entre los nombres: Perla, Ana. Inclusive, hay un nombre pintado finamente con óleo: Agata. Éste nombre es el único que aparece rajado múltiples veces por lo que pareciera una navaja, las aes quedan confusas y defenestradas, abolidas hasta parecer constelaciones amorfas. El único nombre grabado con muescas de odio, pero aún así,el nombre de Ágata fácilmente deducible. A partir de ese accidente intencional aparecen los siguientes nombres escritos en pluma fuente, con letra de molde que a veces presenta tímidas serifas (Haydé, Olga) y una banca que tiene dos nombres, Candy escrito en letras grandes en tinta fuente marrón y abajo, en pequeño, en tinta negra se lee Nadia. Clara y María, los nombres que había leído primero pertenecen a esa sección madura y de tibias maneras. Es curioso que la última de las bancas frontales tuviese un nombre, justo detrás del conductor. Con varias filas vacías detrás de ese nombre, espacios nunca ocupados, nombres que ya no se inscribieron. Pareciera que este nombre se escribió como un epígrafe del nominal sorteo que parece esta feria de damas. Un único nombre al frente, única copiloto, último nombre escrito con torpeza y fragilidad de pulso, presa del Parkinson del viejo, seguramente. Esto hace difícil su lectura a primera vista la enfermera tiene la vista cnasada y se levanta por lo lentes, seguramente entonces descifrará ese último nombre que invadía la memoria del viejo. La enfermera se levanta, gira y se encuentra de frente a una mujer recogida y vidriosa, poco más joven que el viejo, que trae un saco de lino y unas pantuflas que parecen justo de la talla del lúdico cadáver. La mujer, obcecada e incrédula apenas atina a decir: "S-soy Magdalena, el ómnibus llegó tarde y...pero...¿qué le ha pasado a mi marido?"
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