Síntomas. Buscamos pequeñas muestras que traicionen al autoengaño, al sometimiento a uno mismo. Como si de ellos manara un yo-más-profundo que aquél que, ansioso, anhela derrocar el ego en turno. La única victoria pura, alcanzable.
Todo síntoma es entonces interpretado como protoego más que-branto. Promesa antes que fruición. Renovación sustituyendo la debacle. Adiós al hoy que ya no soy.
Patrañas. Los síntomas son reveladores atisbos del ego que ha rato cuajó. Inevitables porque guijarro del alud. Sorprendentes porque si hay algo fácil es olvidarse a uno mismo.
A veces me encuentro tentado a sobresignificar tales síntomas. A desgranar en subniveles o pedazos el evento capturado en su jugo, inquisitivamente tentado a invertir la causalidad.
Hacer ello es un juego necio, como sustituir con collage de instantáneas un filme descarretado. Acaso humilde, los síntomas no son menos importantes: sólo lo vivo y lo autoconsciente pueden dar cuenta de ellos. Mis síntomas me recuerdan que soy y que vivo.
domingo, julio 08, 2012
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