Los cíclicos perico son aberraciones biológicas. Productos de una cruza proestética entre otras dos especies, este híbrido infértil es, en términos simples, un pez defectuoso: espina chueca, proporciones malogradas, nado ineficiente, boca deforme que no mastica ni cierra. Sobra decir que en condiciones naturales, no sobrevivirían ni el primer asalto.
A su manera, son también criaturas hermosas, agresivas, juguetonas, glotonas y un poco desperdiciadas. Aunque estériles elaboran sendos cráteres para atraer a la hembra con una graciosa danza y, como buenos cíclidos, hacen bronca a cualquier intruso dentro (y fuera) del acuario. Reconocen fácilmente los horarios de comida, los movimientos y los colores a su alrededor. Mucho se aprende de convivir con un cíclido por 6 años.
Debo aceptar que el mío fue una criatura resiliente. Podía pasar una o dos semanas sin alimento y comía alga sin chistar. Al regreso, embestía la lata de alimento incluso brincando hacia ella, sabiendo que regresaba su derecho alimenticio. Sabía, con ciertos movimientos, hacerse notar tras el cristal cuando olvidaba darle de comer. Confieso: teníamos diálogo aún cuando vivimos en distintas fases.
No por ser su dueño gané derecho alguno en su territorio. En las inevitables limpiezas profundas, donde un abominable brazo invadía amablemente sus aguas , lo impelía un frenesí defensivo basado en mordidas que aunque chuecas aumentaban en intensidad hasta la irritación. Nunca me acostumbré a ello, nunca tampoco me dio tregua.
A pesar de las miles de configuraciones fallidas de mi acuario y mi cínico abandono de él, su supervivencia me llamaba la atención y le volvió la única otra presencia viva en mi casa. Mucho me tranquilizaba voltear a su esquina y verlo tranquilo, cualquiera de peligrosamente bajo que fuese el nivel del agua e insoportable le ruido de la bomba de poder. Tomó incluso a juego el hiperdecibélico burbujeo para hacer piruetas en él. De mi desatención, se hizo una independencia y un juego. Esto , secretamente, se lo sigo envidiando.
En casos de extremo movimiento o presencias y fiestas en mi casa, entraba en modo camuflaje y se escondía en el único lugar con sombra y cobijo: debajo del filtro. Amarillo y brillante, frondoso, Avicena se creía oculto y a salvo. Había que seguirle el juego, ignorarlo un rato y luego ya saldría a cabrearse con todo a trompicones mediados por silicio.
Es hoy que en esa esquina , escondido ví a Avicena, en un ángulo que, como acuarista de años, no corresponde a la flotación de un pez sano, vivo. Apenas moviéndose, vencido por las corrientes falsas de las bombas, no respondió al abundante alimento que le ofrecí. Pésima señal. Sé que no llegará a mañana, le dejo una pecera rebosante de comida, más tibia de lo normal y con azul de metileno para que sufra menos.
Puede que sea la edad, una especie química de las aguas municipales, los nitratos y nitritos acumulados destas mis tantas negligencias, el cambio de alimento, intoxicación por alga blanca, frío extremo. No lo sé. Es muy raro que un cíclido payaso viva siete años en esas condiciones. Siete años donde pasaron parejas, amantes, amigos, fiestas, deshoras calificando, todo transitivo y efímero. Lo único que sé es que la última mirada antes de subir a la cama y la primera al entrar a mi casa, la declaración de status, siempre fue la ojeada a la silueta amarilla en mi acuario.
Hoy no tuve el valor de hacerlo.
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