domingo, mayo 25, 2014

La década de los otros

Hace diez años acabé el proyecto más ambicioso de mi vida: el posgrado en ciencia. Tesis en mano y artículo en el horno la graduación se sentía triple: adulto, posgraduado, científico publicado en gran revista de primer autor. A todo lo anterior le correspondí con lo que ahora veo como un voltear de espaldas. Decidí, por razones de no-soledad y muy ordinarias, regresar a mi terruño y a la pareja que (creía yo) sería la última. Recuerdo claramente el plan: "Acoplarnos al otro un par de años, dar unas clases o algo tranquilo y que no quite tiempo, al tiempo estar buscar el doctorado en el extranjero o en algo relacionado a la divulgación." Sin saberlo todavía, dejé la investigación (tal vez) para siempre.

 Los planes, dicen los sabios, son para desviarse de ellos. Separaciones agitadas aparte, y en una métrica imposible del tiempo, los dos años se desdoblaron en una década. Brincar de un par de trabajos administrativos muy especializados y monótonos me hizo buscar con urgencia la acogida en una escuela que, por coherencia, fuera de puro laica y racional. Clase modelo, una recomendación de una amiga que ya laboraba ahí y todavía con el ímpetu de la investigación científica empecé a impartir clases en una preparatoria. es aquí donde el reloj interno del par-de-años-máximo empezó a correr. Porque uno debería ser pensador-divulgador-comunicador de la ciencia a como deba ser y la docencia era para mí, para entonces, una forma menor, tardía e ineficiente de formar curiosidad científica. Antes de que pudiera repensar la docencia estaba ahogándome en novatadas: alumnos variopintos y uno famoso por ser imposible: duro, aguerrido e incontenible como el brazo de Pompeyo. Cometiendo todos los errores del profesor nuevo a raudales de diapositivas, descubrí que la autoridad era no esa voz dura y los gestos tumefactos que heredé de mi recio padre, sino priorizar la educación y formación sobre cualquier idealidad que uno planee para sus pupilos. Desvencijado por los tumbos de una ambición desmedida y los sorprendentes brincos de comprensión de lo jóvenes reconocí que la docencia era un fenómeno mucho más complejo e intrincado.

Pasaron los dos años menos "productivos" de mi vida: aprendiendo otro oficio. El precio se los debo a esas dos generaciones que pagaron con educación mediocre mi reconfiguración. Ciego en el frenesí laboral de la educación comprometida, la intención de seguir el doctorado seguía latente: leía alguno que otro artículo de investigación, recibía correos y llamadas de mis tutores para atraerme a sus proyectos. Estas eventualmente cayeron en lo esporádico y alguno fue el correo que nunca recibió respuesta: oficialmente estaba muerto para ellos. Demasiado ocupado como para hacer luto a mi carrera de investigador, consumía y recolectaba tanto material de filosofía e historia de la ciencia como me fuera posible. La coincidencia de esta redefinición de mi concepto de ciencia con el de un grupo de alumnos decididamente brillantes, nobles y dedicados quisieran hacer ciencia me convirtieron en un docente inquieto, siempre integrando mis lecturas y descubrimientos al cuerpo de mis clases. Me convertí al fin más que en un docente de la Química en un docente de la Ciencia-en-sí. dándome cuenta de lo complejo que es hacer ciencia en México, agradecí cuantimás mi formación, no había en ese momento cosa más importante que pagar a la sociedad mi educación universitaria y de posgrado. Pero, ¿cómo devolverlo íntegramente? Era claro: había que formar científicos, investigadores o bien, personas escépticas con firmes bases de conocimiento científico. Y parecía ideal: los futuros ya estaban entre mi alumnado.

Al tiempo, decidía no decidir, por ejemplo, a la pregunta "¿Quieres hacer carrera administrativa en esta escuela?" respondía: "no, porque pronto me iré al posgrado" y la pregunta: "¿quieres venirte a hacer el posgrado conmigo?" respondía "Pronto, que primero tengo que pagar en especie." Acepto que esos años fueron la mera "abbondanza": edad menor a treinta años, pareja fabulosa y sinérgica, lectura y más lectura continua, amistades comunes, conciertos, viajes, alumnos queridísimos, dedicación casi vocacional a la docencia, reconocimientos. Mis primeros artículos de divulgación impresos me hacían pensar que todavía estaba en el camino de la divulgación, historia y filosofía de la ciencia. Cinco años de docente se habían ido y el posgrado se quedaba en "bookmarks" y comentarios con mis jefes y amigos con mucha dosis de "el próximo año aplico". ¿Quién querría dejar todo eso por cuatro años de soledad académica y becas insuficientes?

Los treintas estaban a la vuelta de la esquina. Los alumnos birllantes ya estaban acomodados en licenciaturas decididamente científicas: la deuda con la sociedad estaba (inocentemente) pagada. Conocer a Marcelino Cereijido y a Jorge Wagenberg el mismo año, pensar en proyectos y más proyectos de divulgación: páginas, artículos, cómics, lo que fuera. Coloquios, charlas y café scientifique. A pensar en uno, a pensar en la ciencia. La prioridad en los veintes era el cambio, cinco años en la misma institución tenían un tufo a estancamiento y medianía. Un cambio , el cambio, cualquier cambio vendría bien. Y mientras más grande, mejor. En un escalafón cómodo y bien remunerado uno construye la ilusión de seguridad económica. El síndrome de las Aguas de Marzo me obligó a que "É o projeto da casa, é o corpo na cama, É o carro enguiçado, é a lama, é a lama". Las deudas, no lo sabía, son el lastre más definitivo. Y así, en ese mismo año, todo colapsó: deuda a 20 años, fin de relación, estancamiento laboral. Los proyectos de revista, cómic, divulgación Lo único que parecía mantenerse era el flujo de alumnos brillantes y curiosos, precientíficos. Las crisis se sobrellevan anclándose a lo largo y permanente. Mis clases, mis alumnos, mi plaza laboral todos islas para la siguiente tempestad.

Ya nadie me preguntaba del posgrado, ya nadie me lo pregunta. Tienes una casa por pagar, ¿qué pagas con una beca? La independencia es su principal enemiga.

 Los últimos tres años no pienso discutirlos. Baste decir que la situación personal y familiar empeoró al grado en que la docencia y la imposibilidad de crecimiento en una escuela pequeña la convirtieron en el medio para la supervivencia, más que la inspiración para convertir a la sociedad. Sigo siendo un docente eficiente y capaz, producto de lo apre(he)ndido y avanzado. Pero la educación es mucho más que números y eficiencia: es motivación implícita, plataforma intelectual y emocional. Mantener y cultivar racionalmente la cuestión. A las generaciones recientes y futuras les debo un poco de esto último, puede ser que les imparta lo menos importante de la docencia: conocimientos.

Tantas pequeñas situaciones se aglutinan, alcanzan, y rebasan. La vida-fuera-del-laburo (la salud, la familia, las pocas amistades que me quedan) tienen imposiciones ineludibles que empequeñecen el radio de visión, de impacto futuro o tal vez sólo lo dimensionan a la esfera realidad que siempre fue tu radio de acción posible. Les diré en una década, honestamente no lo sé.

Dos años convertidos en diez de docente me han enseñado cómo ser más tolerante y balanceado con los demás. Dos años de docente no lo son si no se ofrecen diez de tu mejor capacidad de asociación, consideración, servicio y colaboración. Los años en la docencia no le pertenecen a uno, son de los demás. Esta década fue para los otros, solo así se puede ser una palabra de tanto peso como "maestro" o "profesor". Cuando pierda esto y se vuelva mero medio de supervivencia, dejaré la docencia al instante, pronto se volvería un farragoso tedio.

Sin duda, el precio de la docencia fática es demasiado alto: se paga con futuro común, con un paso más cercano a la extinción. Regresamos a mi influencia: ¿Acaso un posgrado habría tenido tanto impacto? Sí. Sólo para mí, sólo para el ego, sólo para un futuro individual. Mi yo en el pasado(osado, atento, lúcido) estaría orgulloso y sabría expresarlo mejor, me diría algo así como: "Sí, tal vez perdí un posgrado y una carrera de investigador, pero obtuve cientos de distintas perspectivas a considerar, decenas de valiosos conciudadanos para colaborar, y tal vez, si algo hiciste bien en diez años, un par de valiosos colegas. Los cuales sí van a hacer el doctorado, claro :P"

 Algo de la docencia es clonación.

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