lunes, marzo 23, 2015

Mandobles.

Trémula marchaba a paso forzado por una de las jardineras. El crepitar de los arbustos se sostenía como los dientes de la noche masticando su última oportunidad de llegar. Ya llegaba tarde y si además sana sabía que perdería la oportunidad por completo. La de veces que Débora había hecho lo mismo con los cuchillos de la cocina, desde los deberes de la universidad hasta la última comida familiar se volvían un tumulto de mimos y favores vueltos sobre uno. Ella misma pensaba la de veces que acabó encamándose con Deb porque le mostraba las heridas nuevas profundizadas con esa violencia pasiva que es la explicación del dolor propio por el acto ajeno. Se entregaba plácida a Débora con tal de poder acariciarle las muñecas, paliar mansamente con los dedos el cuerpo de la causa los accidentes en la otra. Ella, Débora, la concentradora de los maltratos ajenos, el estoico recipiente de el mal-de-los-otros.

Vivieron juntas dos años. Así, Débora acabó por gastarse toda la culpa que cabía en el cuerpo lánguido de Trémula y ella, más exhausta que sabia del juego, decidió dejarle el apartamento entero. Libros, hábitos, notas, sábanas, Fellini, desodorantes y cuchillos. La despedida fue más bien aceda, de tímidos "estamos-al-tanto-del-otro" que se desprendieron como mentiras blancas nada más pasando el umbral. Una de ellas, abusando del juego con alguien menos enterado, no llegaría al siguiente Mayo.

Trémula conoció a Pía por internet. Después de la primera manifestación se besaron largo y no consumaron sólo porque la colonia estaba bien illuminada. Trémula sabe que Pía sale con otras, lo ha visto en su perfil, todas le recuerdan a ella antes de conocer a Débora. Rebosantes de ánimo, placer, consideración y perdones. Leyó en las redes sociales que Pía saldría hoy, los comentarios coquetos y el GPS de la sensual fotógrafa de apenas 18 años hicieron evidente que Pía ya le esperaba en el café. "No con Pía, estúpida tome-selfies" piensa Trémula mientras avanza con huizapoles enterrados en los huizapoles enterrados.

Cada segundo puede significar llegar tarde, pero cada rasguño en sus hasta hoy impecable piernas, piensa, le traerán un pedazo de eternidad con Pía.


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