Me sentía listo. Sereno, incluso. El calzado aprobado por el frente y por el instituto. La viga de la vida bien asida entre las manos, los pasos en el alambre dirigidos y constantes. Los pasados bien acomodados y fijos, con ningún cabo suelto. Acumular tiempo y espacio entre las manos para introducir más malabares.
Nada.
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