¿Puedo acaso dudar desta mi voz que te doy sin que ésta quede apagada entre estas sinuosas vallas puntuadas? Porque yo quería decirte un algo estólido, muy verudo y sagaz, y ese algo estaba muy primigenio, frío, grande, crudo y bola-de-nieve cuando busca chocar con el arrebato de decírtelo pero para tocarse con el impulso primero pasó y fue rasurado, desgastado por un filtro de implicaciones, de dudas, de consecuencias posibles. Además del desbaste de la ocasión y del momento, del escenario y del "y si...". Para entonces, ya no tan bola y no tan inercia el impacto con este mi impulso de decírtelo también se adietó. Mas si éste tañido hizo suficiente resonancia para que la campana de la voz se active, se viene entonces el otro cedazo: esa selección de las palabras que nos embuda desdel obligado orden lineal. Esa busca de los vocablos que sólo se me permite dentro de la funda del idioma, y dentrellos los que conozca y sepa que no se doblegan ante el escrutinio de mi censura o la candidez de mi ignorancia. Y este palabrerío que, tenaz y obtuso, digo mío se enhebra y es como si la boleja de nieve, magullada y relijada tuviese ahora que pasar timorata y en equilibrio sobre este hilacho de alfabeto que sostienes con tu mirada. Y el párrafo y el bloque de símbolos que le preceden sólo sirven aquí como eco del fantasma de algo que aunque crudo e invisible fue mucho de oneroso y ya se vió que poco de indómito. Así la crónica deste vencimiento pautado, esperando que la canica de hielo no desfallezca y pueda al fin la mía voz tocar, así y ahora como gota febril -y como esta inevitable coma-
, esos tus ojos.
Y de ahí, desde esos tus ojos se erige ese primer filtro que...
Entonces, ¿qué es desta mi voz que
dada? .
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