domingo, octubre 05, 2014

Semanario.

"¡Necia! A que pronto te olvida". Fue la sentencia que adornó la última desazón que tuvo con Estela. ¿Dónde esconder tanta verdad para la siguiente ocasión que se vean? No lo sabe. "Ya veremos" se dice. Porque la siguiente vez será Marcos. Marcos y sus dientes afilados que relame antes de cada confesión cachonda como si preparara la revancha al atraer el momento próximo de nuevo y lo deglute con anticipación. Marcos era alto, cernido, y listo porque, sabedor de la suerte que acompaña a los bien parecidos, ostentaba un buen puesto administrativo en la fábrica de electrónicos sin mayor mérito que el elogio insinuante y la complicidad infalible con el reloj checador. Marcos con envidiable plan dental y prestación de gimnasio siempre el jueves a la seis tenía las penas corporales ahogadas en sudor desde hace años. Si lo sabrá ella que en las noches de inquietud apretaba las sábanas en el musgo de su entrepierna desde el recuerdo de sus uñas al rasguñar la espalda de Marcos. Pero si el sexo era bueno, la sobrecama era excelente, Marcos se sabía amante generoso y nada estorbaba el intercambio del clímax, por lo que el postcoito era hablar de los otros, reír y juguetear hasta quedar atrapados en el religioso programa de naturaleza (o cuando en el canal cambiaron de horarios, el boxeo) ataviados con esa boba sonrisa de satisfacción. Si había algún defecto era que nunca se quedaba a dormir, Marcos era el par de horas que ella buscaba anotar cada sábado en la agenda (a las 8:30, después del americano de él y el crossfit de ella) y cuya angustia se renovaba cada semana cuando, al despedirse, Marcos regresaba desde el pasillo, como si hubiera olvidado las llaves del auto por enésima vez y preguntarle con una timidez que nunca se sentìa vieja: "Y.. ¿puedes el próximo sábado?" Y ella sí que sí, que sí y que claro que sí por adentro y "Te mando whatsapp" por afuera. Entonces se disparaba en ella un cronómetro interno para que el jueves, siempre el jueves por la tarde recibiera un mensaje de voz juguetón, siempre el mismo: "Me llamo Marcos, y no recuerdo ahora qué dice tu perfil que te falta. Pero seguro que sexo este sábado, no". La primera vez que lo escuchó se mojó un poco y las rodillas se le cerraron temblando, el día de hoy le sabía un poco a otra-vez y menos a ludismo. Todavía no ha mucho que calzó de peculiar idiosincracia esta pequeña extravagancia, pero empezaba cansarle la posibilidad de que Marcos usara esta original, pero casi ensayada estrategia con otras. A final de cuentas, hay mas días que el sábado, hay más lechos que el suyo.

Estela le había advertido de que las personas que se inscriben esa red social deben tener alguna carencia fisiológica o mental importante: habrían perdido una mano en un accidente, otros un brazo o una pierna, los hay que no tienen un oído o poseen una nariz falsa de silicona, hay clanes alrededor de ciertos síndromes, abundan a los que les falta algún dedo y son una considerable mayoría. En su perfil, ella puso que era ciega. Mintió, seguramente todos lo hacen y seguramente también le falta algo, se justifica. No es que importe mucho tampoco, en esta red nadie sube sus fotos. Enviarlas, inclusive, se considera de mal gusto y contra el espíritu de la comunidad.

Ella todavía no ha encontrado en dónde está tullido Marcos.

Marcos llamará cada jueves y la olvidará cada domingo.

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