Recuerdo que era fanático de Julio Medem. Historias de amor desparpajadas que rayaban en la fantasía dentro de lo real. Casualidades con tufo a destino y rutas paralelas cuyo infinito asomaba el cruce. Personas con imanes complementarios que siempre acabarían por orbitarse, acercarse, rozarse y alejarse de nuevo. Oscilaciones que terminaban en una fusión prometida, resueltas desde un principio, sólo éramos testigos del tránsito hacia esa persona prometida. El destino de uno tiene nombre y apellido, ajenos. El otro es mi futuro y esto es inevitable y ominoso.
Luego vino La Pelota Vasca, una peli documental sobre la identidad y la asimilaciòn de vivir en ese estado de sitio que es Euskadi. Ideas rebotando en cada esquina de la pantalla, trayectorias buscando a sus secantes. Euskadi es la única fantasía que les queda, las otras están bien para entretener. Esta y mi hija, dice Medem, son las luchas que elijo para ejercer mi tiempo. Ya no hace cine de promesa, supongo que vive sus elecciones, cambió de pista y cancha.
A veces pienso en renunciarme, en dejar de dedicar tantos piensos a una posible fruición de fantasía Medemiana a algo útil, veraz y con carga de fantasía trascendental. Mandar los pesos de la balanza de la voluntad a otra báscula que promete producto tangible social y no efemérides privadas. Cualquiera que sea mi decisión , implica que quiero menos yo.
O tal vez la cama me queda grande.
O tal vez me cansé de pelotear contra la pared.
Y del eco predecible.
domingo, junio 28, 2015
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